domingo, 17 de noviembre de 2013

Lluvia gris.

Empiezo un diálogo conmigo misma. Buenas tardes querida yo interior, cuánto tiempo sin vernos. Hoy me quedaré por un rato al menos, creo que tenemos cosas de qué hablar. 
Estoy sentada en mi huequito de siempre, mi oasis en casa. Al lado de la terraza, viendo llover, leyendo aquel viejo libro de poesía. Ese, el de barcos, y playas, el que te hace sentir la arena escurriéndose entre tus dedos y el sabor de la sal en los labios. El que me recuerda a las tardes de paseos en la compañía de las gaviotas. 
Hace cuánto que no nos veíamos aquí. Y cuánto ha cambiado todo desde entonces. Desde las tardes de colegio en las que me escondía con un libro y una manta porque mi realidad era demasiado "complicada". Sin embargo aquí me encuentro, en una situación no muy distinta. La realidad es todavía más confusa en días de lluvia. Ese gris te cala dentro,  te inunda. Pones tu música para callar el silencio que se impone a gritos dentro de ti.
Te acurrucas en el rincón, mirando a la chimenea, siguiendo el baile de las llamas con los ojos. Abrazada a tus rodillas dejas la mente volar. Llega lejos, donde nadie más te encuentra. Te conviertes en la arena, el mar, las rocas. Eres el viento jugando entre los cables de los veleros, enredándose en las veletas. Eres la ola que muere en la playa agonizando en un último beso a la arena. Eres la bruma fría y húmeda que cala hasta los huesos. La caricia del sol al despertarse en los cascos de los barcos. 
Eres Cádiz. 
La vuelta a la realidad ya no parece tan dura.